Para jugar al Ngurukuran o “huevo del zorro” se sientan dos grupos en fila, uno frente a otro. Los miembros de un grupo circulan a sus espaldas un objeto cualquiera (una piedra, un hueso) y avisan a los del frente cuando ya han decidido quien se queda con él. Un jugador del equipo contrario tiene que adivinar quien lo tiene (puede hacerse turno de derecha a izquierda). Si acierta, su grupo persigue a los del frente. Si no, su grupo debe huir para no ser atrapados por los rivales.
Para jugar a la Gallina Ciega se forma un círculo entre niños y adultos, uno de ellos es escogido para ponerse al centro con los ojos vendados. Luego el resto de los jugadores cambian silenciosamente de posición. A una señal, el jugador vendado debe caminar hacia uno de los jugadores que están en el círculo y adivinar su identidad con sólo tocar su cara. Al tercer intento, debe seguir con la persona de al lado y si aún no adivina, se le da una penitencia (por ejemplo bailar al centro del círculo). Si adivina, la persona identificada debe ocupar el lugar de la gallinita ciega.
Uno de los juegos favoritos de los niños aymara es imitar a los mayores. Es muy común entre las niñas el juego de las muñecas y, entre los niños, quien tira más lejos una piedra con la honda. Un juego parecido al de las bolitas consistía en hacer un hoyo en el suelo y tirar una piedra. Gana el que usa menos tiros para hacer caer la piedra en el hoyo.
En general, era común que los niños precolombinos trabajaran desde muy chicos ayudando en las tareas de la casa. Pastoreaban rebaños, regaban las chacras, cuidaban a sus hermanos, buscaban leña, acarreaban agua, etc. A medida que crecían iban aprendiendo a cazar, pescar, tejer y muchas otras cosas.
Los niños inkas recién nacidos eran cuidados por su madre, con la ayuda de hermanos, abuelas o tías. Entre uno y dos años de edad eran llamados niños que gatean, y sus madres los cargaban amarrados a la espalda, de manera que sus manos quedaran libres para trabajar. Hasta los cinco años, los niños sólo se dedicaban a jugar. Entre cinco y ocho años ayudaban a sus madres y a sus padres en lo que podían y recibían muchos azotes y coscorrones. Las niñas entre cinco y nueve años ayudaban a señoras nobles, a sus padres, aprendían a hilar, ayudaban a hacer chicha, y cuidaban a los menores cargándolos en sus espaldas.
Entre los nueve y los doce años los niños hombres eran enseñados para ser cazadores de pájaros. Con los pájaros hacían charqui y utilizaban las plumas para las vestimentas y adornos de los nobles y del Rey Inka. También cuidaban el ganado, recogían leña y paja, hilaban y torcían, y realizaban otros mandados. Las niñas mujeres entre nueve y doce años recogían flores para teñir lana, y hierbas comestibles para guardarlas en las kollcas. Además ayudaban a sus padres en todos los mandados y tareas domésticas. Algunas servían a las señoras nobles, hilando y tejiendo prendas delicadas.
Los padres aztecas se preocupaban de la enseñanza y de la disciplina de sus niños. Desde que nacían aprendían a respetar a sus mayores, a adorar a sus dioses, a ser obedientes, educados y a trabajar. Desde los tres o cuatro años los niños trabajaban en tareas de la casa. Los hombres llevaban cargas livianas y las niñas aprendían a hilar y a cocinar. Más grande los niños cargaban cosas más pesadas y a los seis o siete años practicaban el uso de redes de pesca y recolectaban juncos. Algunos oficios como la cerámica, la metalurgia y la cestería eran enseñados de padre a hijo o de madre a hija, alrededor de los ocho años.
Los niños aztecas también iban al colegio. Había dos tipos de colegios: telpochcalli y calmecac. El primer tipo de colegio era para los niños comunes, donde aprendían religión, historia, bailes y música. Los niños hombres además recibían entrenamiento militar y las niñas aprendían ritos religiosos.
En el segundo tipo de colegio, el calmecac, eran educados niños y niñas que pertenecían a la nobleza. Estos niños iban a ser los líderes en la vida religiosa, militar y política. La disciplina era muy estricta, parecido a una academia militar o monasterio. Los niños y niñas aprendían historia, matemáticas, arquitectura, astronomía, agricultura y tácticas militares. Especial importancia se daba a la enseñanza de la oratoria, es decir, a aprender a hablar. No existían los libros como los que conocemos hoy día. Los niños tenían que aprender a leer los glifos que se encontraban en los códices o esculpidos en piedra. La memorización era muy importante para el aprendizaje oral.