Actualmente, para que los gobiernos de un país puedan funcionar y hacer cosas como construir escuelas, hospitales y caminos, le cobran impuestos a la gente que trabaja y gana dinero. Antiguamente, los Imperios Inka y Azteca cobraban una especie de impuesto: el tributo.
Los pueblos que eran parte del Imperio o los que eran conquistados e incorporados a éste, pagaban un tributo. Este podía ser pagado entregando comida, ropa, joyas o lo que la familia producía, o bien, entregando parte de su trabajo. Este último fue el sistema usado por los inkas, llamado mita, organizando a grupos de personas, hombres y mujeres, provenientes de los diferentes pueblos conquistados. Estas personas debían cultivar las tierras, pastorear los rebaños del Inka, tejer ropas para el estado, y construir caminos y puentes.
En la región que llamamos Mesoamérica, el mercado era una ocasión de reunión muy importante. Los agricultores y artesanos se juntaban algunos días de la semana a intercambiar maíz, palta, maní, ollas, textiles, frutas, adornos, animales, etc. Esto ocurría en espacios muy grandes construidos especialmente para este fin. Los mercados eran importante porque no sólo existían relaciones económicas, sino también permitía relaciones sociales entre gente de distintos pueblos. Es en estos espacios donde algunos productos muy valiosos se transformaron en las primeras formas de moneda. Por ejemplo, las plumas del ave quetzal sirvieron como billetes y monedas para que la gente pudiera comprar y vender con más facilidad, aunque el trueque fue la base de la economía de estos pueblos.
¿Has estado alguna vez en una feria callejera? Gritos, olores, colores, gente, cientos de productos que se ofrecen. Algo así tienen que haber sido los mercados mesoamericanos.
América es un continente muy grande y tiene diferentes zonas ambientales. Hay cordilleras, desiertos, selvas, estepas, bosques, costas marinas, y en cada uno de ellos existen distintas plantas, animales y minerales. Así, en América precolombina, los grupos humanos que vivían en una zona tenían acceso a algunas plantas, animales y tipos de piedras distintos a los que vivían en otros lugares. Algunos de estos pueblos se especializaban en la fabricación de tejidos, cerámicas, etc. Entonces, para poder tener los productos que no tenían, hacían trueque, intercambiaban cosas; pescados por maíz, piedras para hacer puntas de flechas por telas, papas por ollas cerámicas. En esa época no existía el dinero, pero poco a poco fueron apareciendo algunos productos en Mesoamérica que comenzaron a usarse como dinero: las plumas del pájaro quetzal, el jade, una piedra semipreciosa o la concha llamada mullu.
La obsidiana es un vidrio de origen volcánico, muy brillante y de varios colores, pero principalmente negra y café oscura. Fue muy usada como objeto de cambio en casi toda América prehispánica para fabricar puntas de flecha, de lanzas y cuchillos, debido a su buena calidad para ser tallada. Además, con ella hacían espejos, como éste que pertenece a la cultura Chavín de los Andes.
En las aguas cálidas del océano Pacífico, a la altura de Ecuador vive un molusco con una concha de bellas formas e intensos colores rojo, anaranjado y amarillo. Este molusco, el spondylus, conocido como mullu en quechua, era visto por los pueblos prehispánicos como un símbolo de fertilidad y abundancia ya que en los años lluviosos, en los cuales las cosechas entregaban grandes cantidades de productos, estas conchas eran muy abundantes y crecían en tamaño.
Desde siglos atrás distintas culturas vieron en esta concha un objeto muy preciado, llevando ejemplares a sus lugares sagrados ubicados a miles de kilómetros de distancia para ofrendarlos a sus dioses y espíritus en cerros y volcanes a lo largo y ancho de los Andes. Con el pasar del tiempo, el interés en estas conchas generó un importante tráfico e intercambio, ya sea la concha completa o como materia prima para confeccionar cuentas de collar, figurillas o incrustaciones en objetos de madera y metal.
Los inkas adoraban al sol y a las montañas. En las cumbres de algunas de las más altas montañas de la cordillera de Los Andes. especialmente desde el sur de Perú hasta el centro de Chile, se construyeron santuarios donde los inkas realizaron sus rituales como signo de poder y conquista. Estos rituales, llamados kapacocha, se hacían para pedir y agradecer a los dioses. En estas se ofrendaban figurillas de oro, plata o concha mullu, y a veces, en casos especiales, se sacrificaban niños.
El cerro El Plomo es el santuario de altura principal de la cuenca de Santiago. Tiene más de 5.000 metros de altura y se ve desde casi todo el valle. A su cumbre llegó un grupo de sacerdotes Inkas venidos desde El Cusco. Con ellos viajaba un niño de unos 9 años de la nobleza cuzqueña para ser sacrificado. Según las creencias inkas, el niño elegido para este sacrificio era muy afortunado pues era un regalo para los dioses. En un ritual realizado en la cumbre del cerro, el niño fue dejado junto a algunas ofrendas. Debido a las condiciones de frío y sequedad, este niño se momificó en forma natural conservándose por siglos hasta que un arriero lo descubrió hacia finales de la década de 1950.
En el área andina el Spondylus o mullu era el alimento predilecto de los dioses. Según los relatos nativos recogidos en los documentos coloniales, el hijo del dios Pariacaca rechazó la comida ofrecida por el Inka diciendo, “¡manda que me traigan mullu!”, y cuando lo trajeron lo devoró al instante haciendo rechinar sus dientes. La concha de este molusco fue la ofrenda por excelencia en las ceremonias agrícolas relacionadas con las lluvias. Se le usó completa, triturada, en forma de pequeñas cuentas de collar o pulverizada. Esta práctica, que tiene sus raíces en la cultura Chavín del norte del Perú, hace unos 3 mil años, fue común en todo el mundo andino. Los dioses de este pueblo fueron representados en las esculturas de piedra, cerámica y textiles, llevando en sus manos conchas de Spondylus.
La exportación del mullu proporcionó muchos beneficios a las poblaciones costeras de Ecuador, pues a cambio obtuvieron tejidos, objetos de metal y piedras semipreciosas. El valor de este recurso debió ser grande, pues era muy difícil y peligroso recolectar este molusco, teniendo que bucear a más de 40 metros de profundidad. Así, las personas que ejercían este oficio gozaban de gran prestigio, sin embargo, tenían una corta vida ya que la mayoría enfermaba o moría por los cambios de presión que significaba bucear a grandes profundidades sin equipos de oxígeno.
En 1525 Bartolomé Ruiz, un español que formaba parte de la expedición de Pizarro, se encontró con una balsa en la costa cerca de Ecuador. Esta embarcación llevaba a 20 personas e iba cargada con joyas de oro y plata, hermosos textiles y otros bienes preciosos, que según Ruiz iban a ser intercambiados por conchas de mullu.
Mesoamérica se llama al área cultural que incluye a los actuales países de México, Guatemala y parte de Honduras y El Salvador. Allí vivieron en tiempos prehispánicos muchos pueblos distintos que compartían características similares en su forma de vivir y entender el mundo. Esta gran área puede dividirse en dos grandes ambientes geográficos: las tierras altas (altiplano y montañas) y las tierras bajas (costas y selvas). En las tierras altas se encuentran los minerales y en las tierras bajas hay cacao, aves de plumajes multicolores, caimanes y jaguares. Así, los pueblos mesoamericanos fueron intercambiando recursos para abastecerse de aquellos que no tenían. Por ejemplo, los pueblos que vivían en las tierras altas comenzaron a intercambiar piedra de obsidiana por plumas de colores con los de las tierras bajas, y así se fue formando una red de rutas por las que la gente se desplazaba con sus productos de un lado a otro. Desde la época de los olmecas, estas rutas de comercio unían grandes distancias, que se hacían a pie.
Las llamas fueron domesticadas hace más de 4 mil años por el hombre andino. Con el paso del tiempo, los pueblos que vivían en el altiplano y la puna de los Andes se transformaron en pastores de llamas y las utilizaron como alimento y como animales de transporte. Durante la cultura Tiwanaku, cuyo centro se encontraba a orillas del lago Titicaca, en Bolivia, fue muy importante el intercambio de productos alimenticios, materias primas y también de ideas religiosas. Este comercio era realizado a través de caravanas de llamas cargadas que atravesaban la cordillera y el altiplano llevando distintas mercaderías desde lugares muy distantes entre sí. Desde Tiwanaku salían caravanas cargadas con cerámicas decoradas y vasos ceremoniales, que llegaban a San Pedro de Atacama, donde eran utilizados en rituales. La caravana volvía a Tiwanaku cargada de piedras semipreciosas y metales. El tráfico de las caravanas de llamas era muy intenso.
Aún existen en el desierto del norte de Chile las huellas de las caravanas de llamas, que pasaron durante cientos de años por los mismos lugares, haciendo surcos en la pampa, uno al lado del otro. Muchas de estas huellas pasan cerca de gigantes geoglifos dibujados en las laderas de los cerros, y se piensa que fueron hechos por los mismos caravaneros para marcar o señalar las rutas que iban a la costa atravesando el desierto. Allí se detenían a descansar y a realizar ritos pidiendo a la Pachamama (o “madre tierra”) por el éxito del viaje.
La llama es capaz de recorrer un promedio de 25 kilómetros diarios llevando una carga de hasta 40 kilos, pero no sirve para ser montada. Su carne es muy alimenticia pues es rica en proteínas, y su guano es un valioso abono para la agricultura y también buen combustible para el fuego. Además, su lana ha sido usada durante miles de años para confeccionar tejidos, ropas, gorros, etc.